Definición consensuada (por las
asociaciones españolas de Psicomotricidad o Psicomotricistas):
Basado en
una visión global de la persona, el término "psicomotricidad" integra
las interacciones cognitivas, emocionales, simbólicas y sensoriomotrices en la
capacidad de ser y de expresarse en un contexto psicosocial. La
psicomotricidad, así definida, desempeña un papel fundamental en el desarrollo
armónico de la personalidad. Partiendo de esta concepción se desarrollan
distintas formas de intervención psicomotriz que encuentran su aplicación,
cualquiera que sea la edad, en los ámbitos preventivo, educativo, reeducativo y
terapéutico. Estas prácticas psicomotrices han de conducir a la formación, a la
titulación y al perfeccionamiento profesionales y constituir cada vez más el
objeto de investigaciones científicas.
Otras definiciones:
Gª Núñez y Fernández Vidal (1994):
La
psicomotricidad es la técnica o conjunto de técnicas que tienden a influir en
el acto intencional o significativo, para estimularlo o modificarlo, utilizando
como mediadores la actividad corporal y su expresión simbólica. El objetivo,
por consiguiente, dela psicomotricidad es aumentar la capacidad de interacción
del sujeto con el entorno.
Berruezo (1995):
La
psicomotricidad es un enfoque de la intervención educativa o terapéutica cuyo
objetivo es el desarrollo de las posibilidades motrices, expresivas y creativas
a partir del cuerpo, lo que le lleva a centrar su actividad e interés en el
movimiento y el acto, incluyendo todo lo que se deriva de ello: disfunciones,
patologías, estimulación, aprendizaje, etc.
Muniáin (1997):
La
psicomotricidad es una disciplina educativa/reeducativa/terapéutica, concebida
como diálogo, que considera al ser humano como una unidad psicosomática y que
actúa sobre su totalidad por medio del cuerpo y del movimiento, en el ámbito de
una relación cálida y descentrada, mediante métodos activos de mediación
principalmente corporal, con el fin de contribuir a su desarrollo integral.
De Lièvre y Staes (1992):
La
psicomotricidad es un planteamiento global de la persona. Puede ser entendida
como una función del ser humano que sintetiza psiquismo y motricidad con el fin
de permitir al individuo adaptarse de manera flexible y armoniosa al medio que
le rodea. Puede ser entendida como una mirada globalizadora que percibe las
interacciones tanto entre la motricidad y el psiquismo como entre el individuo
global y el mundo exterior. Puede ser entendida como una técnica cuya
organización de actividades permite a la persona conocer de manera concreta su
ser y su entorno inmediato para actuar de manera adaptada.
Ámbitos de desarrollo de la Psicomotricidad
Estimulación Psicomotriz
(Psicomotricidad educativa):
Nace de
la concepción de educación vivenciada iniciada por André Lapierre
y Bernard Aucouturier que consideran el movimiento como elemento insustituible
en el desarrollo infantil. Autores como Jean Le Boulch o Pierre Vayer
consolidan esta tendencia. La práctica psicomotriz se dirige a individuos
sanos, en el marco de la escuela ordinaria, trabajando con grupos en un
ambiente enriquecido por elementos que estimulen el desarrollo a partir de la
actividad motriz y el juego.
Reeducación Psicomotriz
(Psicomotricidad clínica):
Nace con
los planteamientos de la neuropsiquiatría infantil francesa de principios de
siglo y se desarrolla a partir de las ideas de Wallon, impulsadas por el equipo
de Ajuriaguerra, Diatkine, Soubiran y Zazzo, que le dan el carácter clínico que
actualmente tiene. Se trabaja con individuos que presentan trastornos o
retrasos en su evolución y se utiliza la vía corporal para el tratamiento de
los mismos. La intervención debe ser realizada por un especialista,
(psicomotricista) con una formación específica en determinadas técnicas de
mediación corporal.
CONTENIDOS DE LA PSICOMOTRICIDAD
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APLICACIONES DE LA PSICOMOTRICIDAD
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EL CUERPO, EL DESARROLLO Y LA
PSICOMOTRICIDAD.
Pedro Pablo Berruezo Adelantado
PSICOMOTRICIDAD. Revista de Estudios
y Experiencias. Nº 49, 1995. vol. 1, pp. 15-26
|
¿Por qué decimos que tenemos un cuerpo y no que somos un
cuerpo?
Una mesa tiene patas. Si miramos una mesa y la definimos seguramente
diremos que es una superficie plana horizontal al suelo, que se mantiene
estable a una distancia del mismo y nos permite colocarnos, normalmente
sentados, junto a ella para realizar actividades manuales que requieren un
apoyo de instrumentos o útiles, como es comer o escribir. Lo que la mantiene a
esa distancia del suelo suelen ser una o varias patas. Decimos que una mesa tiene
patas, pero podremos imaginar una mesa que no las tenga, que se apoye en un soporte
clavado a la pared, por ejemplo. Por tanto si una mesa puede o no tener patas y
sigue siendo mesa, las patas no son una característica necesaria o esencial.
Sin embargo nunca diremos que una mesa tiene superficie porque si no tiene
superficie plana no será una mesa, ya que la superficie plana sí es una
característica necesaria, esencial. La mesa no tiene una superficie plana, es
una superficie plana.
Volvamos al cuerpo. El ser humano ¿tiene o es un cuerpo? Si decimos que
tiene un cuerpo, al igual que las patas de la mesa, estamos diciendo que el
cuerpo no es esencial al ser humano. Yo personalmente he visto algunas mesas
sin patas, pero nunca he visto un hombre o una mujer sin cuerpo.
Estoy convencido de que el cuerpo es esencial al ser humano y por tanto
somos un cuerpo. Pero pensemos a qué se debe este error de considerar que
tenemos un cuerpo, como podríamos tener cualquier otra cosa. La historia se
remonta a la antigüedad, a la filosofía clásica que concibe al individuo humano
como un ser compuesto de dos partes: el cuerpo y el alma o espíritu. Esta
explicación se ve ratificada en el racionalismo con Descartes y llega hasta
nuestros días en que seguimos pensando que el ser humano está compuesto por dos
entidades distintas: una realidad física, conocida como el cuerpo, que posee
las características propias de la materia, como peso y volumen; y una realidad
inmaterial, que se relaciona directamente con la actividad del cerebro y del
sistema nervioso, a la denominamos con términos como psique, mente, razón, alma
o espíritu, algunos de ellos, por otra parte, cargados de implicaciones morales
o religiosas que subrayan la hipótesis del alma como algo cualitativamente
distinto del cuerpo.
En esta consideración dualista cartesiana del ser humano, el alma es la entidad
superior que le da su carácter racional y tiene, o debe tener, un absoluto
domino sobre el cuerpo, que le hace conservar su carácter animal. Este animal
racional es una lucha constante del alma por controlar los impulsos, las
debilidades, los instintos y las imperfecciones de su inseparable compañero
vital, el cuerpo. En algún momento esta concepción dualista comparó al ser
humano con un caballo sobre el que cabalga un jinete; el alma es el jinete que
domina, guía y controla al cuerpo que es su corcel.
Las distintas religiones, con su necesidad de trascendencia, han
fomentado la explicación dualista, lo que permitía atribuir al alma
características como la inmortalidad, o la posibilidad de reencarnación, puesto
que lo que resulta evidente, es que la vida corporal es limitada.
Independientemente de lo que pueda pasar antes o después de nuestra vida
terrenal, en lo que evidentemente no voy a entrar, estoy convencido de que
resulta bastante inadecuada la explicación dualista puesto que nuestro cuerpo
no es una maquinaria al servicio de un ente superior ajeno al mismo. Lo
verdaderamente constatable es que el ser humano constituye una realidad
indiscutible, físicamente tangible. El nivel de evolución al que hasta ahora ha
llegado su especie le permite utilizar sus posibilidades corporales (el cerebro
también es cuerpo) para crear, comunicarse, resolver problemas, percibir, tener
sensaciones, relacionar, dudar, tener sentimientos, comprender, desear, creer,
recordar, proyectar, organizar, sacar conclusiones, etc., además de para hacer,
decir o manifestarse. En definitiva, creo que el ser humano constituye una
unidad funcional (no una dualidad), que se caracteriza por la corporalidad, en
donde se manifiestan procesos espontáneos o controlados por unas estructuras
nerviosas que configuran una especie de puente de mando donde tienen
cabida, fruto de la experiencia, la maduración y la propia integración,
elementos de todo tipo, cognitivos, afectivos y conductuales. La historia del
propio individuo, que recoge la de la especie, le llevaría a constituir ese
núcleo personal donde podemos localizar su habitual forma de ser, de actuar y
de resolver.
De cualquier modo, en toda actividad humana (sea o no evidente) existe
un comportamiento corporal. Obviamente, a la luz de lo expuesto, no podemos
reducir el cuerpo a un conjunto de huesos, tendones, músculos, fibras y
glándulas que funcionan de forma más o menos automática. Elementos corporales
como las estructuras nerviosas y hormonales, por ejemplo, tienen un papel
fundamental en los procesos de pensamiento, y en la vivencia del sentimiento. Y
al contrario para integrar sensaciones y poner en marcha procesos de memoria,
atención, deducción, comparación, deseo, temor, etc., hace falta poder contar
con el funcionamiento coordinado de estructuras corporales. Si bien podemos
considerar que existe algo en el ser humano que le hace distinto del resto de
los animales, ¿su racionalidad?, ello no puede separarse de su condición
corporal. El cuerpo humano, genética, estructural y funcionalmente correcto,
con la adecuada estimulación ambiental, posibilita el logro de las habilidades
cognitivas, comunicativas, afectivas y conductuales que le son propias.
En este sentido, el ser humano es una unidad psico-afectivo-motriz. Su
condición corporal es esencial, lo que ocurre es que, lo vamos a ver más
adelante, dadas sus posibilidades de desarrollo, va perdiendo importancia poco
a poco. Nosotros, en nuestro discurso, en nuestro lenguaje, podremos seguir
refiriéndonos al cuerpo como el aspecto físico de nuestro ser, y lo mismo
podremos referirnos a atributos como el pensamiento, el sentimiento o la
voluntad, por esquematismo, sin que ello quiera decir que creemos en la
explicación dualista y que atribuimos estas funciones superiores al
espíritu humano. Algo parecido a lo que hacemos habitualmente cuando decimos
que alguien que ha sufrido mucho tiene el corazón destrozado. Todos sabemos que
la afectividad no reside en el corazón, que es un músculo encargado de bombear
la sangre, sin embargo aceptamos esta metáfora.
Esta concepción unitaria del individuo humano como un ser encarnado,
es la que subyace bajo el planteamiento de la psicomotricidad. Es cierto que
muchas veces, el comportamiento humano no es motriz, no manifiesta actividad
corporal externa y estamos tentados de decir que es espiritual. Hay personas
que se apoyan en esto para prescindir del cuerpo. Personalmente estoy de
acuerdo con Merleau-Ponty cuando afirma que la existencia del ser humano es un va-y-viene
entre lo psíquico y lo orgánico donde siempre ambos están presentes en
mayor o menor grado. Pero evidentemente hay actividades que requieren mayor
participación corporal y otras menos. "El cuerpo es, en efecto, un nudo de
significaciones vivas en las que no se puede distiguir la materia sensible de
la forma inteligible, precisamente porque la forma está ya en la materia, y la
acción de la conciencia no puede ya ser comprendida como la imposición de un
sentido a una materia inerte. No se puede separar el signo sensible de la
significación inteligible sin enmascarar la relación orgánica de sujeto con el
mundo, y sin prescindir de la trascendencia activa de la conciencia que no le
hace ir hacia el mundo porque se encuentra ya, mediante el cuerpo, instalada en
él." (DASTUR 1993, 18). Este carácter de continua encarnación de la
existencia humana llevó a Merleau-Ponty a definir al individuo humano como un ser-en-el-mundo
subrayando su condición material ligada al tiempo y al espacio de su
existencia.
La psicomotricidad no sólo se fundamenta en esta visión unitaria del ser
humano, corporal por naturaleza, sino que cree haber encontrado la función que
conecta los elementos que se pensaba separados del individuo humano, el cuerpo
y el espíritu, lo biológico y lo psicológico. Esta función es el tono. "El
tono debe ser considerado en su importancia fundamental porque, siendo el punto
de referencia esencial para el individuo en la vida de relación, biológica,
psicológica e incluso en la toma de conciencia de sí mismo, especifica una de
las diferencias fundamentales que distinguen al ser vivo del ser no vivo".
(BOSCAINI 1993, 29). Por una parte, el tono muscular, ese estado de tensión
constante y mantenida de los músculos estriados, es lo que mantiene la postura
y posibilita el movimiento, su preparación, su ejecución, su ajuste, su
mantenimiento, su transformación; ésta sería su función puramente motriz. Como
base del movimiento configura las actitudes volviéndose intermediario entre el
acto y la situación (interna o externa) que lo desencadena; esta sería su
función cognitiva, ideomotriz, ligada a la atención o reactividad cerebral.
Además, el tono, tiene una función afectiva que es la regulación de las
emociones. La tensión o distensión corporal guarda una estrecha relación, que
nace de la experiencia evolutiva posibilitada por el equipamiento y la
configuración neurológica del ser humano, con la vivencia y expresión de las
emociones. "Esquemáticamente se podría decir que el tono que va a
organizarse a nivel postural [axial] está en gran parte ligado a la vida
primitiva, a los deseos primarios, a la vida emocional, a la protocomunicación,
al equilibrio, a la confianza y a la estabilidad de sí mismo tanto en el plano
motor como en el psicológico; la organización tónica a nivel periférico es
sobretodo la expresión de la vida cognitiva, asume un valor objetivo, es el
indicador de la capacidad de control de sí mismo, de resolver los problemas de
la vida y de la adaptación a la realidad. De esta manera, el tono representa al
mismo tiempo una dimensión involuntaria pero también voluntaria del individuo,
indica la realidad interna y externa del sujeto, expresa siempre el pasado, el
presente y la anticipación del futuro. Es, en definitiva, el substrato, además
de la función motriz, de los procesos emocionales y relacionales. Sin embargo,
es preciso aclarar que la función tónica sola no basta para permitir al
individuo ser un sujeto de comunicación; es preciso considerar tres elementos
como indispensables para ello: la postura, el tono y el movimiento."
(BOSCAINI 1993, 31).
El tono (la tensión o distensión) y los reflejos arcaicos, junto a los
recursos sensoriales, son los instrumentos de partida del recién nacido que,
sobre la base de un programa genético que va desarrollándose, suponen el
comienzo de un proceso individual de crecimiento, maduración y desarrollo. El
crecimiento se refiere a los aspectos cuantitativos de la evolución (el aumento
en tamaño), la maduración se refiere a los aspectos cualitativos de la
evolución (potencialidades genéticas que van surgiendo) y el desarrollo es la
sucesión de cambios que se producen por la conjunción de los anteriores con la
influencia de factores ambientales. Crecimiento, maduración y desarrollo
infantil no pueden entenderse sin la necesaria condición corporal de nuestra
existencia.
El niño organiza poco a poco el mundo a partir de su propio cuerpo. Con
los limitados recursos con que viene al mundo, el bebé no es capaz de
experimentar más que sensaciones placenteras, que le distienden, y sensaciones
displacenteras, que le tensan, sin poder diferenciar si proceden del exterior o
del interior de su cuerpo.
La intervención del otro, del adulto, de la madre, es fundamental en el
desarrollo. Precisamente el niño empieza a tomar conciencia de sus límites, a
distinguirse de lo otro a través de ese diálogo tónico (AJURIAGUERRA,
1983) en el que madre y bebé se comunican con la acomodación recíproca de sus
posturas y el intercambio de tensiones-distensiones. La madre sostiene,
mantiene y contiene al bebé que elabora a partir de esa contención un
sentimiento de confianza y seguridad que los psicólogos han denominado función
de apego o vinculación afectiva y que le aporta, además de bienestar
y tranquilidad, una primera definición o referencia sensible de sí mismo.
Una vez que el niño nota que hay cosas que son "yo" y cosas
que son "no yo", necesita agrupar esas impresiones parciales de sí
mismo para construir su globalidad, su yo corporal. En este punto resulta
importante la conjunción de datos exteroceptivos (visuales) con datos
propioceptivos (táctiles, kinestésicos) referidos a sus propios elementos
corporales. Poco a poco va unificando su cuerpo e identificándose con él. Va
contruyendo su esquema corporal que recoge nuestra experiencia y
conocimiento del cuerpo y de su partes, así como el dominio, motriz, simbólico,
verbal y representativo que tenemos del mismo. El esquema corporal resume
nuestra propia historia corporal.
Pero el niño, además de manejar y conocer su cuerpo se relaciona con las
cosas y personas que le rodean. Además de organizar su cuerpo, y con referencia
en él, tiene que organizar el mundo: los objetos y las personas. Se va
desenvolviendo en el espacio y en el tiempo. El espacio corporal, de
apresamiento, va ampliándose hasta el espacio de acción y éste hasta el espacio
de la realidad e incluso al espacio de la intención, del deseo (FERNÁNDEZ,
1994). Pero todavía su experiencia es concreta, manipulativa o perceptiva.
Conoce lo que ve, lo que toca, lo que vive. El tacto, la visión y la
locomoción, son los intrumentos de los que se vale el niño para conocer,
organizar, asimilar y representar el espacio. Pensemos que si bien el grasping,
o reflejo de agarre, esta presente en el recién nacido, no es hasta los nueve
meses cuando el niño puede hacer la pinza entre el índice y el pulgar, lo que
le posibilita alcanzar voluntariamente los objetos y manipularlos para
conocerlos. Esta pinza, algo tan simple para nosotros, es un logro evolutivo
fundamental para el desarrollo de capacidades superiores que caracteriza sólo a
los grandes monos. Algo parecido ocurre con la marcha bípeda, que consigue el
niño a partir del año, supone la liberación de las manos de la locomoción para
la manipulación. En el niño, esta liberación de las manos que le permite
caminar sobre sus pies, le sitúa de otra manera en el espacio, puede
experimentar las distancias y conocer mejor el mundo que le rodea. No sólo es
importante que las manos adquieran responsabilidades mayores, sino que nuestra
propia configuración y necesidades de mejorar la competencia manipulativa
provocan una especialización lateral de las manos, lo que se ve apoyado por el
desarrollo de procesos simbólicos de tipo lingüístico, tanto para la
estructuración del lenguaje a nivel cerebral, como para la expresión del
lenguaje representado a través de la escritura o el dibujo. La experiencia del
tiempo está ligada a la del espacio y a la de los ritmos vitales y secuencias
habituales a las que se somete al niño desde bien pequeño y cobra importancia
en este proceso de desarrollo lingüístico, pues tanto para verbalizar como para
escribir las palabras se precisa de organización del tiempo, de secuencias, de
ritmos, de sonidos y de silencios.
El lenguaje es tributario de las adquisiciones motrices. Pensemos que
utilizamos las palabras para nombrar las cosas. Los nombres nos sirven para
pedir objetos que no tenemos. El lenguaje aparece después de que el niño tiene
experiencia concreta, manipulativa, de las cosas. Primero percibimos, vemos,
manipulamos. Después nombramos, representamos. Nombrar algo supone haber
superado, al menos mínimamente, la absoluta concreción, puesto que nombramos
algo que conocemos y que queremos, pero no tenemos. Sin embargo, somos capaces
de recordarlo o pensar en ello, lo que quiere decir que hemos elaborado una
imagen mental de ese objeto. El lenguaje, necesita de un mínimo desarrollo
simbólico que permita dar el salto de la acción, a la representación.
Por ello el movimiento, no es algo puramente motriz, puesto que, desde
los inicios en que las emociones se expresan de manera tónica, el movimiento es
comunicación, es lenguaje. Nuestro ser se expresa continuamente. Lo que ocurre
es que poco a poco el lenguaje verbal va sustituyendo muchas de las funciones
expresivas que tenía la motricidad infantil y los adultos corremos el riesgo de
creer que nos comunicamos con palabras. Es cierto que usamos las palabras para
comunicarnos, pero todo en nosotros sirve para comunicar. En cualquier momento,
nuestros gestos, por ejemplo, mantienen, afirman o contradicen nuestro discurso
verbal.
Me gusta decir que los psicomotricistas nos ocupamos del cuerpo para que
llegue un momento en que nuestros pacientes o alumnos puedan olvidarse de él.
Como he intentado explicar, de forma rápida, ligada y sucinta, el desarrollo
psicomotor hace que el niño o la niña, con sus potencialidades genéticas que
van madurando y la intervención de facilitadores ambientales, vaya construyendo
su propia identidad. Esa identidad es tangible primero y representativa
después. La motricidad al comienzo está inducida por nuestras sensaciones
(sensoriomotricidad), luego por nuestra organización de la realidad
(perceptomotricidad) y finalmente por nuestros deseos y pensamientos
(ideomotricidad). Como hemos visto, gracias al lenguaje, ya no necesitamos
tener los objetos presentes para referirnos a ellos, podemos, merced a la
estructuración de nuestro pensamiento, imaginar un acto sin realizarlo. Nuestro
reinado de la razón hace que mantengamos en un segundo plano a nuestro
cuerpo. Los trabajos que desempeñamos van dejando de ser corporales, para ser
cada vez más intelectuales o verbales. Cada vez nos hace menos falta el cuerpo.
Si nos paramos a pensar, centramos nuestra atención en nuestro cuerpo para su
higiene, alimentación, evacuación y poco más. Sin embargo el placer, el
disfrute sigue ligado al cuerpo, y por ello hemos inventado el deporte (que
implica una actividad corporal) como medio de diversión y las sensaciones más
intensas de placer se consiguen a través de la actividad sexual de nuestro
cuerpo.
Lo verdaderamente interesante es que nuestro cuerpo se ha convertido en
un medio. Nuestro cuerpo participa en todas nuestras actividades pero no
estamos pendientes de él. Desarrollando adecuadamente nuestra psicomotricidad
llegamos a un grado de dominio que permite automatizar las acciones motrices y
liberar nuestra atención para otros procesos más "nobles",
intelectuales por ejemplo. Gracias a esto somos capaces de realizar dos
acciones simultáneas, hablar y caminar por ejemplo, porque somos capaces de
"excluir nuestro cuerpo". Nuestro cuerpo camina, siguiendo con el
ejemplo, y nosotros estamos pendientes de elaborar nuestro discurso. Esta
exclusión corporal, o potencialidad corporal por utilizar el término
acuñado por Quirós y Schrager (1980), se encuentra en la base de los
aprendizajes instrumentales. Y de otros aprendizajes. Pensemos por ejemplo
porqué el lenguaje no aparece prácticamente en el primer año de vida. En ese
período el niño está absolutamente centrado en su actividad corporal y todavía
no tiene el dominio suficiente sobre su motricidad como para poder
"olvidarse" de su cuerpo. Sólo en la medida en que el niño puede ir
automatizando procesos motores podrá ocuparse en el desarrollo de capacidades
de otro tipo, como lenguaje, pensamiento, etc. Entonces, si el fin es la
adaptación y esta supone aprendizajes, lenguaje, recursos de pensamiento para
resolver situaciones y todo ello, que tiene su fundamento en el cuerpo, se
construye sobre la base de esta exclusión corporal, nosotros, hemos de
ocuparnos de cuerpo, del movimiento y del juego de los pequeños para que ellos,
llegue un momento en que puedan dejar de estar pendientes de él. Será buena
señal.
El niño se construye a sí mismo a partir del movimiento. Su
desarrollo va "del acto al pensamiento" (WALLON 1942), de lo concreto
a lo abstracto, de la acción a la representación, de lo corporal a lo
cognitivo. Y en todo el proceso se va desarrollando una vida de relación, de
afectos, de emociones, de comunicación que se encarga de matizar, de dar tintes
personales a ese proceso de desarrollo psicomotor individual.
Precisamente la psicomotricidad es quien ha subrayado la importancia de
este proceso y ha dado las claves para entenderlo mediante unos indicadores que
son, básicamente, la coordinación (expresión y control de la motricidad voluntaria),
la función tónica, la postura y el equilibrio, el control emocional, la
lateralidad, la organización espacio-temporal, el esquema corporal, la
organización rítmica, las praxias, la grafomotricidad, la relación con los
objetos y la comunicación (a cualquier nivel: tónico, postural, gestual o
verbal) (BOSCAINI 1994a).
La psicomotricidad justifica su existencia tanto en el paralelismo
psicomotor que se observó en los pacientes psiquiátricos ya a finales del
pasado siglo (cualquier cambio inducido psicológicamente repercutía en el
aspecto corporal de los pacientes y viceversa), como en la condición
verdaderamente psicomotriz del sujeto humano sobretodo hasta la edad de
7 años aproximadamente. Efectivamente, hasta esta edad en que el niño adquiere
el pensamiento operatorio concreto que le da acceso a los aprendizajes
escolares instrumentales, existe una absoluta unidad entre motricidad e
inteligencia, entre acción y pensamiento. Los grandes maestros de la psicología
genética se dieron perfecta cuenta de ello. Wallon (1942) afirmaba que el
pensamiento nace de la acción para volver a ella y Piaget (1936) sostenía que
mediante la actividad corporal el niño piensa, aprende, crea y afronta los
problemas. Al mismo tiempo se da en esta etapa privilegiada de la vida un
predominio general de la vida afectiva que afecta a cualquier actividad del
individuo. Esta etapa de globalidad es irrepetiple y debe ser
aprovechada por planteamientos educativos de tipo psicomotor (ARNAIZ 1994).
La psicomotricidad no puede reducirse a un simple método, se trata más
bien de un peculiar modo de acercamiento al niño y a su desarrollo, lo que va a
generar una forma característica de ser y de actuar del profesional encargado
de ponerla en práctica: el psicomotricista. Esta persona ha de contar con una
fundamentación teórico-práctica en el ámbito del desarrollo y de los trastornos
psicomotrices, así como sus implicaciones a otros niveles, pero, lo que es más
difícil, ha de haber construido una actitud personal de disponibilidad
corporal que posibilite al niño, a través de la relación con él, expresarse
mediante sus actos, sus dificultades, sus temores, su forma de ser y de
resolver situaciones, sus emociones, sus deseos y sus posibilidades de
desarrollo. Evidentemente, esta actitud no puede aprenderse si no se siente, se
percibe, se expresa, se representa y se asimila una amplia experiencia
psicomotriz vivenciada a partir del propio cuerpo.
Efectivamente estoy de acuerdo con García Núñez y Fernández Vidal (1994,
15) en que la psicomotricidad es una "técnica o conjunto de técnicas que
tienden a influir en el acto intencional o significativo, para estimularlo o
modificarlo, utilizando como mediadores la actividad corporal y su expresión
simbólica". Pero si reducimos la psicomotricidad a la mera técnica, a esa
forma peculiar de entender al niño y de actuar o situarse frente a él, nunca
haremos ciencia (quizás no haya porqué hacerla). Una ciencia necesita definir
su objeto, sus límites, su metodología y sus contenidos de una forma coherente
y ofrecer líneas de investigación claras, definidas en términos aceptables para
la comunidad científica.
El objetivo de la psicomotricidad es el desarrollo de las posibilidades
motrices, expresivas y creativas (del individuo en su globalidad) a partir del
cuerpo, lo que lleva a centrar su actividad e investigación sobre el movimiento
y el acto, incluyendo todo lo que se deriva de ello: disfunciones, patologías,
educación, aprendizaje, etc. El campo de actuación se centra en dos flancos
diferentes, uno que se preocupa del cuerpo pedagógico, donde encontramos
la actividad educativa/reeducativa del psicomotricista con un determinado
propósito: lograr llevar al individuo hasta la consecución de sus máximas
posibilidades de desarrollo, de habilidad, de autonomía y de comunicación. En
la otra vertiente, la psicomotricidad se preocupa del cuerpo patológico,
y se realiza una actividad rehabilitadora/terapéutica que se orienta hacia la
superación de los déficit o las inadaptaciones que se producen por
trastornos en el proceso evolutivo provocados por diversas causas, orgánicas,
afectivas, cognitivas o ambientales. De cualquier modo, se trata, nuevamente,
de llevar al sujeto hacia la adaptación, la superación de sus dificultades y la
autonomía.
Así pues, "la educación psicomotriz gira principalmente en torno a
algunos temas específicos referidos a la experiencia vivida que parten del
cuerpo para llegar, mediante el descubrimiento y uso de diversos lenguajes
(corporal, sonoro-musical, gráfico, plástico, etc.), a la representación
mental, al verdadero lenguaje y específicamente: a la emergencia y elaboración
de la personalidad del niño, de su ‘yo’ como fruto de la organización de las
diferentes competencias motrices y del desarrollo del esquema corporal,
mediante el cual el niño toma conciencia del propio cuerpo y de la posibilidad
de expresarse a través de él; a la toma de conciencia y organización de la
lateralidad; a la organización y estructuración espacio-temporal y rítmica; y a
la adquisición y control progresivo de las competencias grafomotrices en
función del dibujo y la escritura. Estos son los requisitos necesarios para un
aprendizaje válido y constituyen la trama de cualquier educación psicomotriz,
experimentada en términos vivenciales y funcionales." (BOSCAINI 1994b,
20). De forma resumida, la educación psicomotriz, organiza sus objetivos en
torno a la relación con uno mismo, a la relación con los objetos y a la
relación con los demás. Es decir, parte del cuerpo, de su expresión, su
aceptación, su conocimiento y dominio, se ocupa de la actividad de organización
real, simbólica y representativa del espacio y las cosas que en él se
encuentran, para llegar a una relación ajustada con los demás (los iguales y
los adultos) fruto de su autonomía psicomotriz.
Parece claro, pues, que para la psicomotricidad el movimiento, por sí
mismo, no tiene interés. Se encuentra como dice Boscaini (1992, 20) "en la
encrucijada entre la acción y la representación"(...). "La
especificidad de la psicomotricidad está en el hecho de que para ella el
movimiento asume también una dimensión comunicativa, es también lenguaje por el
cual el movimiento llega a ser acto psicomotor, expresión de una constante
dinámica entre el cuerpo, sus funciones y la realidad externa en situación
relacional". En este sentido se expresa Bergès cuando afirma que lo que
hace específico el planteamiento de la psicomotricidad no es considerar la
estructura anatómica del individuo, ni su función biológica, ni siquiera el
funcionamiento de la función como expresión de una organización
neuropsicológica más compleja, sino la realización conjunta de todo ello en el
momento de la relación interpersonal, o como él dice "bajo la mirada del
otro" (1985).
Desde el punto de vista rehabilitativo/terapéutico, la psicomotricidad,
el abordaje psicomotor, debe ser "una acción pedagógica y psicológica que
utiliza la acción corporal con el fin de mejorar o normalizar el comportamiento
general del niño facilitando el desarrollo de todos los aspectos de su
personalidad" (ARNAIZ 1994, 46). Al igual que la educación psicomotriz
se estructura con planteamientos propios de la educación: hay una programación
en función de unos objetivos, unos contenidos a abordar a través de la
experiencia y una evaluación final de los resultados, la clínica psicomotriz
se estructura con planteamientos propios de la sanidad: hay una disfunción o
síntoma que, tras un examen o exploración especializada lleva a la elaboración
de un diagnóstico, un pronóstico y unas pautas para afrontar el tratamiento,
cuyo objetivo es la normalización o desaparición del síntoma, y paralelamente
al cual se estipula un seguimiento y, eventualmente, un alta clínica. En esta
vertiente, el psicomotricista se ocupa no sólo del diagnóstico, que hace
mediante un examen o balance psicomotor de los indicadores psicomotores
más relevantes, sino del tratamiento y del seguimiento que se establece para la
desaparición del síntoma o la superación del déficit.
La psicomotricidad, desde mi punto de vista, compartido con otros
profesionales, debe proponer dos líneas de trabajo bien diferenciadas, que se
corresponden con las dos vertientes aquí expuestas. Por una parte debe ser un
instrumento educativo en manos de los maestros, educadores o pedagogos que
contribuya a establecer adecuadamente las bases de los aprendizajes y de la
personalidad de los niños y las niñas; por otra parte debe caracterizar una
figura profesional específica, el psicomotricista, que se encargue de abordar,
con un peculiar enfoque, los trastornos y disfunciones que podemos denominar psicomotrices.
En conclusión, creo que la psicomotricidad, su conocimiento y su
práctica, puede ayudarnos a todos a comprender y mejorar nuestras relaciones
con nosotros mismos, con los objetos y con las personas que nos rodean. La
psicomotricidad se fundamenta en una globalidad del ser humano, principalmente
en la infancia, que tiene su núcleo de desarrollo en el cuerpo y en el
conocimiento que se produce a partir de él. El desarrollo psicomotor nos
posibilita alcanzar niveles de simbolización y representación que tienen su
máximo exponente en la elaboración de la propia imagen, la comprensión del
mundo, el establecimiento de la comunicación, y la relación con los demás, La
psicomotricidad puede aplicarse como instrumento educativo para conducir al
niño hacia la autonomía y la formación de su personalidad a través de un
proceso ordenado de consecuciones de todo tipo. En este devenir se pueden
producir perturbaciones que pueden ser objeto de una consulta, intervención o
terapia psicomotriz.
Estoy convencido de que la psicomotricidad es algo más que una técnica
que se aplica, algo más que un conocimiento que se adquiere. Es, o ha de ser,
una forma de entender las cosas que se vive, que se siente, que se experimenta,
y que nos sitúa en una actitud de disponibilidad, que supone la
comprensión, el respeto y el favorecimiento del cambio y del desarrollo en
nosotros mismos y en los demás.
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